sábado, 6 de agosto de 2016

Azabache

Hoy comentamos un libro lleno de emociones, supongo que para muchos Azabache fue un pedazo de infancia, para los que no, todavía están a tiempo; disfruten de este hermoso relato de caballos



Azabache

“Black Beauty”
Anna Sewell
Supervisión y Prólogo de
Pedro Ortiz Barili
Colección Robin Hood
Acme Agency S.R. Lda.
Cuarta edición Agosto de 1952

Les dije cuando empezamos este Rincón de los libros que no todos iban a ser libros técnicos, es este el caso, un libro lleno de sentimientos y recuerdos. Para mí, y supongo que para muchos de ustedes amantes de los caballos.
Este es el primer libro que leí, en realidad no lo leí, me lo leyó mi papá, a los cuatro años todavía no sabía leer.
Creo que ahí empezó mi amor por los caballos, y también por la lectura.
En ese entonces yo tenía un petiso en la casa de mi abuela, que por supuesto, pasó a llamarse Azabache, aunque era un zaino medio arratonado muy alejado del hermoso pelaje que, nos describe la autora, tenía el héroe de nuestra historia.
El viejo libro de tapas amarillas de la colección Robin Hood me acompañó durante toda la infancia y la adolescencia temprana y fue releído varias veces.
Mis hijos y nietos recibieron en alguna ocasión “Azabache” de regalo, queriendo repetir lo que mi padre había hecho conmigo.
Tengo que confesarles algo; antes de escribir estas páginas fui a buscar el libro a la biblioteca y me puse a releerlo como para no confiar sólo en la memoria para escribir este comentario. Me sigue emocionando, me sigue pareciendo hermoso, sigo sintiendo y recordando las mismas cosas que alguna vez sentí leyendo la historia de Azabache, de Jengibre, la hermosura del parque de Bella Vista y las tribulaciones del caballo de coche de pasajeros en el Londres del siglo XIX.
Cada historia de caballos que cuenta Ana Sewell en la voz de Azabache es una nota distinta del amor por esos animales que la autora siente y trasmite, además de Azabache y Jengibre, Oliveros y la jaca Alegría, la yegua Lista, Gorrión y Rebeca, Capitán, llamado así porque había sido un caballo de guerra. Cada uno de ellos con una historia y un temperamento distinto.
Desde ya que con todo lo que he aprendido ahora sobre el trato con los caballos tengo que decir que el libro comete el peor de los pecados que es el antropomorfismo.
Azabache piensa como humano, siente como humano, conversa con sus congéneres de un modo humano y si bien no habla como Mr. Ed, entiende lo que hablan los hombres entre si. Además seguramente escribe, ya que el libro está en primera persona en la voz de él.
Sabemos que interpretar al caballo como si fuera humano en lugar de acercarnos nos aleja irremediablemente de él.
Pero no dejaré que estas consideraciones intelectuales nublen mis sentimientos.
Además justo es reconocer que Ana Sewell consigue a través de ese artilugio literario hacer una encendida prédica en relación al buen trato de los caballos y otra igual de fogosa crítica de los excesos que se cometen con ellos.
El engallador es en este libro el máximo exponente de un elemento de tortura. Quizás en representación de tanta rienda auxiliar en los aparejos de tiro y monturas y embocaduras de silla que en lugar de ayudar a los caballos y jinetes los convierten en especie de robots ecuestres.
Cuando yo leía Azabache de niño aprendí que el engallador era algo terrible que hacia sufrir a los caballos, pero no sabía lo que era, por si alguno de ustedes tampoco lo sabe acompaño una figura que nos muestra el mismo.
Un engallador corto utilizado en combinación con la acción severa de una embocadura, es un instrumento de tortura. Si el caballo trata de levantar la cabeza, la acción será aún más severa; si trata de bajar la cabeza para evadir la presión de la embocadura (o simplemente relajarse), el engallador lo impedirá. Además, el mismo va prendido en la misma embocadura, en vez estarlo en una embocadura adicional que se utilizaba en este caso. De esta forma el caballo recibe la presión de diferentes direcciones sobre la misma embocadura.
Como tanta cosa que usamos alrededor de los caballos, cierra boca, bajador, bocado de cuero ceñido en la comisura de los labios, frenos de patas infernalmente largas y toda la batería de herramientas que se usan para que el caballo haga lo que no le enseñamos o físicamente no puede hacer.
Si los herederos de Azabache escribieran libros como hizo su bisabuelo seguramente se quejarían de todos los fierros, sogas y elementos que se usan para conseguir que el caballo haga lo que haría con más gusto si estuviera menos restringido en sus movimientos.
El libro fue escrito en 1877, época en que el caballo todavía era un auxiliar en el trabajo y el transporte y no un animal de compañía y diversión como es en la actualidad. Sin embargo, el alegato de la autora a favor de los caballos sigue siendo tan válido ahora como entonces.
Me quedo con eso, y sigo recordando con emoción la época de la infancia en que la hermosa cubierta que ilustra la edición de la colección Robin Hood; con Azabache como un hermoso potrillo picazo y la campiña inglesa de fondo me daba ansias de galopes y distancias.
De chico soñé montar a Azabache.
Ahora pienso que me gustaría trabajar con Jengibre, hermoso ejemplo de un animal que hubiese sido extraordinario si, en lugar de intentar dominarlo, se hubiese  tratado de comprenderlo.
Y dejo las reflexiones de hombre de caballos para dejarles un mensaje de niño con sueños.
Si no lo leyeron lean Azabache, y si lo leyeron no teman volver a hojearlo,
Además de, por supuesto, regalárselo a cuanto hijo, nieto, sobrino o ahijado tengan por allí cerca.
Lleno de emociones y añoranzas los saludo hasta la próxima


                “Entre amigos con caballos”