Hoy comentamos un libro lleno de emociones, supongo que para muchos Azabache fue un pedazo de infancia, para los que no, todavía están a tiempo; disfruten de este hermoso relato de caballos |
Azabache
“Black Beauty”
Anna Sewell
Supervisión y Prólogo de
Pedro Ortiz Barili
Colección
Robin Hood
Acme Agency
S.R. Lda.
Cuarta
edición Agosto de 1952
Les dije cuando empezamos este Rincón de los libros que no
todos iban a ser libros técnicos, es este el caso, un libro lleno de
sentimientos y recuerdos. Para mí, y supongo que para muchos de ustedes amantes
de los caballos.
Este es el primer libro que leí, en realidad no lo leí, me lo
leyó mi papá, a los cuatro años todavía no sabía leer.
Creo que ahí empezó mi amor por los caballos, y también por
la lectura.
En ese entonces yo tenía un petiso en la casa de mi abuela, que por
supuesto, pasó a llamarse Azabache, aunque era un zaino medio arratonado muy
alejado del hermoso pelaje que, nos describe la autora, tenía el héroe de
nuestra historia.
El viejo libro de tapas amarillas de la colección Robin Hood
me acompañó durante toda la infancia y la adolescencia temprana y fue releído
varias veces.
Mis hijos y nietos recibieron en alguna ocasión “Azabache”
de regalo, queriendo repetir lo que mi padre había hecho conmigo.
Tengo que confesarles algo; antes de escribir estas páginas
fui a buscar el libro a la biblioteca y me puse a releerlo como para no confiar
sólo en la memoria para escribir este comentario. Me sigue emocionando, me
sigue pareciendo hermoso, sigo sintiendo y recordando las mismas cosas que alguna
vez sentí leyendo la historia de Azabache, de Jengibre, la hermosura del parque
de Bella Vista y las tribulaciones del caballo de coche de pasajeros en el Londres
del siglo XIX.
Cada historia de caballos que cuenta Ana Sewell en la voz de
Azabache es una nota distinta del amor por esos animales que la autora siente y
trasmite, además de Azabache y Jengibre, Oliveros y la jaca Alegría, la yegua
Lista, Gorrión y Rebeca, Capitán, llamado así porque había sido un caballo de
guerra. Cada uno de ellos con una historia y un temperamento distinto.
Desde ya que con todo lo que he aprendido ahora sobre el
trato con los caballos tengo que decir que el libro comete el peor de los
pecados que es el antropomorfismo.
Azabache piensa como humano, siente como humano, conversa
con sus congéneres de un modo humano y si bien no habla como Mr. Ed, entiende
lo que hablan los hombres entre si. Además seguramente escribe, ya que el libro
está en primera persona en la voz de él.
Sabemos que interpretar al caballo como si fuera humano en
lugar de acercarnos nos aleja irremediablemente de él.
Pero no dejaré que estas consideraciones intelectuales nublen
mis sentimientos.
Además justo es reconocer que Ana Sewell consigue a través
de ese artilugio literario hacer una encendida prédica en relación al buen
trato de los caballos y otra igual de fogosa crítica de los excesos que se
cometen con ellos.
El engallador es en este libro el máximo exponente de un
elemento de tortura. Quizás en representación de tanta rienda auxiliar en los
aparejos de tiro y monturas y embocaduras de silla que en lugar de ayudar a los
caballos y jinetes los convierten en especie de robots ecuestres.
Cuando yo leía Azabache de niño aprendí que el engallador
era algo terrible que hacia sufrir a los caballos, pero no sabía lo que era,
por si alguno de ustedes tampoco lo sabe acompaño una figura que nos muestra el
mismo.
Como tanta cosa que usamos alrededor de los caballos, cierra
boca, bajador, bocado de cuero ceñido en la comisura de los labios, frenos de
patas infernalmente largas y toda la batería de herramientas que se usan para
que el caballo haga lo que no le enseñamos o físicamente no puede hacer.
Si los herederos de Azabache escribieran libros como hizo su
bisabuelo seguramente se quejarían de todos los fierros, sogas y elementos que
se usan para conseguir que el caballo haga lo que haría con más gusto si
estuviera menos restringido en sus movimientos.
El libro fue escrito en 1877, época en que el caballo
todavía era un auxiliar en el trabajo y el transporte y no un animal de
compañía y diversión como es en la actualidad. Sin embargo, el alegato de la
autora a favor de los caballos sigue siendo tan válido ahora como entonces.
Me quedo con eso, y sigo recordando con emoción la época de
la infancia en que la hermosa cubierta que ilustra la edición
de la colección Robin Hood; con Azabache como un hermoso potrillo picazo y la
campiña inglesa de fondo me daba ansias de galopes y distancias.
De chico soñé montar a Azabache.
Ahora pienso que me gustaría trabajar con Jengibre, hermoso
ejemplo de un animal que hubiese sido extraordinario si, en lugar de intentar
dominarlo, se hubiese tratado de comprenderlo.
Y dejo las reflexiones de hombre de caballos para dejarles
un mensaje de niño con sueños.
Si no lo leyeron lean Azabache, y si lo leyeron no teman
volver a hojearlo,
Además de, por supuesto, regalárselo a cuanto hijo, nieto,
sobrino o ahijado tengan por allí cerca.
Lleno de emociones y añoranzas los saludo hasta la próxima
“Entre
amigos con caballos”